Artículos, Sin categoría

Prohibición de alimentos y bebidas en universidades: un debate público

A partir del 30 de marzo de 2025 entraron en vigor los Lineamientos generales para la venta y distribución de alimentos y bebidas preparados y procesados en el Sistema Educativo Nacional, una normativa impulsada por el Gobierno Federal como parte del programa “Vive saludable, vive feliz”, la cual busca transformar los entornos escolares para promover hábitos de prevención como higiene bucal y visual, así como combatir enfermedades como la obesidad y la diabetes.

Imagen: A row of tables and chairs in a building [Fotografía], por K. Wamsley, 2023, Unsplash (https://unsplash.com/photos/a-row-of-tables-and-chairs-in-a-building–IVidhnou_8). Licencia de Unsplash

Alumnas y alumnos de universidades han mostrado en memes y videos de TikTok, Instagram y X, el cambio que han sufrido sus planteles ante la reciente puesta en marcha de la prohibición de alimentos y bebidas con etiquetado frontal de advertencia en escuelas.

A partir del 30 de marzo de 2025 entraron en vigor los Lineamientos generales para la venta y distribución de alimentos y bebidas preparados y procesados en el Sistema Educativo Nacional, una normativa impulsada por el Gobierno Federal como parte del programa “Vive saludable, vive feliz”, la cual busca transformar los entornos escolares para promover hábitos de prevención como higiene bucal y visual, así como combatir enfermedades como la obesidad y la diabetes.

La medida prohíbe la venta y preparación de alimentos y bebidas con sellos de advertencia nutricional —como azúcares añadidos, grasas saturadas o exceso de sodio— en todo tipo de planteles educativos, desde nivel preescolar hasta universidades.

Bebidas con cafeína, yogures saborizados, barras de granola y amaranto, cereales de caja y galletas, hasta productos tradicionales como quesadillas, sopes, tacos dorados, tamales, burritos, sincronizadas, gelatinas, flanes, atoles o aguas frescas: todos estos son ejemplos no exhaustivos de preparaciones no permitidas en las escuelas[1]. La lista es tan extensa que abarca gran parte de lo que, en un entorno universitario típico, podría formar parte de una alimentación cotidiana, ya sea como comida principal o como colación.

Aunque su objetivo en términos de salud pública es incuestionable, particularmente desde la óptica de protección de la niñez, su aplicación uniforme ha derivado en un debate público: ¿es adecuado restringir de manera absoluta las decisiones de consumo alimentario también en espacios universitarios, donde la mayoría de los estudiantes ya son mayores de edad?

Desde el punto de vista de la filosofía política y el derecho, el tema no es menor. Ronald Dworkin, uno de los principales defensores del liberalismo igualitario, sostuvo que el Estado debe tratar a sus ciudadanos como agentes morales capaces de tomar decisiones informadas sobre su propia vida[2]. Al prohibir la venta de ciertos productos dentro de universidades, el gobierno corre el riesgo de infantilizar a los adultos jóvenes, negándoles la posibilidad de decidir libremente sobre aspectos tan personales como su alimentación.

Por otro lado, Cass Sunstein y Richard Thaler[3], grandes autores de behavioral economics, plantean que el Estado sí puede influir en las decisiones de las personas, pero sin quitarles la libertad de elegir. Lo que ellos proponen es dar un “empujoncito” (nudge) para que la gente tome decisiones más saludables, como acomodar mejor los productos nutritivos en las tiendas y cafeterías. Pero eso es muy distinto a prohibir. El problema es que no se está educando, guiando, ni sugiriendo; se está decidiendo por jóvenes mayores de edad.

Desde los behavioral economics también se reconoce que los adultos no siempre toman decisiones óptimas: caen en sesgos, procrastinan o tienen problemas de autocontrol; pero esas limitaciones no significan que se deba eliminar por completo la posibilidad de elegir. De hecho, muchos estudios de esta rama sugieren que las intervenciones más efectivas en adultos no son las prohibiciones, sino las estrategias educativas, la disponibilidad de información clara y las mejoras en el entorno de decisión. Especialmente, sería favorable garantizar diversidad de alimentos en los centros educativos, donde exista una amplia oferta para las y los universitarios, en lugar de imponer dietas restrictivas.

Además, hay que considerar el papel de la universidad como espacio formativo, no solo en lo académico, sino en el desarrollo del juicio crítico y la responsabilidad individual. Eliminar ciertas opciones de consumo bajo el argumento de “proteger” a adultos que pueden votar, trabajar, y decidir sobre su futuro profesional parece una contradicción, más aún en un contexto cultural y político que busca brindar mayores libertades.

Por supuesto, en niveles educativos básicos y medio, donde los estudiantes aún son menores de edad y sus decisiones están mediadas por diversos factores, el enfoque de asegurar ciertos alimentos parece razonable; pero extrapolar ese modelo sin matices a la educación superior desconoce las diferencias sustanciales entre estos grupos etarios y puede terminar debilitando la autonomía ciudadana.

Más allá de lo legal, hay también un enorme problema de fondo: el efecto psicológico que puede tener restringir de forma tajante el acceso a ciertos alimentos, sobre todo en adultos jóvenes. Desde la psicología de la motivación, organizaciones como la National Eating Disorders Association (NEDA)[4] de Estados Unidos, han advertido durante años sobre el riesgo de promover una narrativa en la que ciertos alimentos sean considerados “buenos” y otros “malos”. Este tipo de enfoque polarizante puede contribuir a desarrollar patrones alimenticios peligrosos, especialmente en jóvenes. Cuando las políticas públicas envían el mensaje de que ciertos alimentos deben ser erradicados del entorno, no sólo afectan la percepción de esos productos, sino también la relación que las personas tienen con la comida en general.

El miedo a subir de peso, la culpa al comer, la sensación de haber comido “demasiado” y el deseo persistente de estar más delgado no son emociones aisladas: están profundamente relacionados con la gravedad de los trastornos alimenticios, especialmente cuando no hay una educación nutricional adecuada que promueva una relación sana con la comida[5]. Un estudio longitudinal reveló que las adolescentes que seguían dietas moderadas tenían cinco veces más probabilidades de desarrollar un trastorno alimenticio, y aquellas que practicaban restricciones extremas enfrentaban un riesgo hasta 18 veces mayor[6].

En lugar de medidas prohibicionistas, los marcos regulatorios podrían apoyarse en intervenciones que respeten la autonomía, brinden un sano relacionamiento con los alimentos y promuevan elecciones saludables a través de información clara, accesible y basada en evidencia. En vez de prohibir, podríamosenseñar, ya que al final del día, se trata de generar hábitos duraderos. Las universidades deberían ser espacios de autonomía, pensamiento crítico y de libertad en tomas de decisiones.

Lo que realmente permitirá valorar la eficacia de esta medida será su impacto en la práctica. Es fundamental hacer un análisis riguroso y generar un debate informado sobre el costo-efectividad de esta medida, considerando sus objetivos, diseño e implementación. Será importante contar con la voluntad de todas las partes para abordar el tema con objetividad y apertura, escuchando y analizando conjuntamente la evidencia disponible. Solo así será posible, en su caso, rediseñar la política hacia soluciones más integrales, con enfoque educativo, que verdaderamente fortalezcan la salud y la autonomía de los jóvenes.


[1] DOF. el ‘Acuerdo por el cual se establecen los Lineamientos generales para el expendio y distribución de alimentos y bebidas preparados y procesados en las escuelas del SEN’ (2024). https://dof.gob.mx/nota_detalle.php?codigo=5740005&fecha=30/09/2024#gsc.tab=0

[2] Dworkin, R. (2000). Sovereign Virtue: The Theory and Practice of Equality. Harvard University Press. https://doi.org/10.2307/j.ctv1c3pd0r

[3] Richardson, M. L. (2012). [Review of Nudge: Improving Decisions about Health, Wealth and Happiness; Thinking, Fast and Slow; Information and Exclusion, by R. H. THALER, C. R. SUNSTEIN, D. KAHNEMAN, & L. J. STRAHILEVITZ]. The University of Toronto Law Journal, 62(3), 453–457. http://www.jstor.org/stable/23263811

[4] National Eating Disorders Association (NEDA). https://www.nationaleatingdisorders.org/statistics/

[5] Levinson, C. A., Hunt, R. A., Christian, C., Williams, B. M., Keshishian, A. C., Vanzhula, I. A., & Ralph-Nearman, C. (2022). Longitudinal group and individual networks of eating disorder symptoms in individuals diagnosed with an eating disorder. Journal of Psychopathology and Clinical Science. https://doi.org/10.1037/abn0000727 

[6] Patton, G. C., Selzer, R., Coffey, C., Carlin, J. B., & Wolfe, R. (1999). Onset of adolescent eating disorders: Population based cohort study over 3 years. 

También podría interesarte.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *