
Imagen: CoWomen. (2019, 10 abril). Tres mujeres sentadas alrededor de la mesa usando computadoras portátiles. Unsplash. https://unsplash.com/es/fotos/tres-mujeres-sentadas-alrededor-de-la-mesa-usando-computadoras-portatiles-7Zy2KV76Mts
La llegada de Claudia Sheinbaum a la Presidencia de México representa un parteaguas en la historia política del país y una oportunidad para reconfigurar el vínculo entre el liderazgo femenino en el sector público y su efecto espejo en la iniciativa privada. Más allá de la representatividad simbólica, el ascenso de mujeres a cargos estratégicos tiene implicaciones reales en la toma de decisiones y en el diseño de políticas públicas y empresariales más diversas que impulsen el papel de las mujeres. Hoy, el liderazgo femenino deja de ser tendencia para convertirse en un motor de transformación estructural mediante el reconocimiento del papel de las mujeres no solo como impulsoras, sino como aliadas estratégicas en un cambio profundo.
La integración de liderazgos femeninos ha generado impactos positivos, no solo en los requerimientos legislativos, sino también en nuevas formas de gobernar. La llegada de la primera mujer al poder Ejecutivo Federal impulsa la participación de las mujeres en agendas públicas y privadas. Se han promovido políticas más enfocadas en la justicia social, equidad económica, combate a la violencia de género y el desarrollo de las mujeres en la vida pública. Además, el liderazgo de mujeres ha traído estilos más colaborativos, abiertos al consenso y con fuerte enfoque en el diálogo inclusivo. Con ello se busca trascender la visión “de la deuda histórica” y avanzar hacia un enfoque estratégico donde la diversidad mejore la gobernabilidad y eficacia institucional.
La creciente visibilidad de mujeres en la política genera un efecto catalizador en el sector privado, validando la idea de que el liderazgo femenino no solo es posible, sino deseable. Esto impulsa a las empresas a reconsiderar sus estructuras de poder, incorporar más mujeres en órganos de decisión y fomentar culturas más inclusivas. Datos de McKinsey & Company y del Foro Económico Mundial muestran que empresas con mayor representación femenina en juntas directivas superan en desempeño financiero a las que tienen estructuras homogéneas. Por su parte, el Massachusetts Institute of Technology (MIT) destaca que el liderazgo femenino se asocia con habilidades como trabajo en equipo, mejor gestión del tiempo, delegación efectiva y mayor capacidad relacional, lo que fortalece redes y mejora la adaptabilidad.
En México, aunque el avance ha sido más lento en el sector público, ya existen esfuerzos significativos. Iniciativas recientes del Ejecutivo Federal como la de igualdad sustantiva, perspectiva de género, derecho de las mujeres a una vida libre de violencia y erradicación de la brecha salarial por razones de género están promoviendo la equidad desde dentro. Sin embargo, persisten desafíos como el bajo porcentaje de mujeres en direcciones generales, reflejo de barreras estructurales en financiamiento, mentoría y acceso a redes de liderazgo.
Ahora bien, el impulso no viene solo del sector público. Empresas globales han liderado prácticas inclusivas que sirven de base para políticas gubernamentales. Asimismo, mujeres líderes del sector privado han ingresado a la política con una visión enfocada en la eficiencia e innovación. También han surgido organizaciones como Women Corporate Directors (WCD), Voz Experta o Mujeres en la Intermodalidad, que construyen redes intersectoriales para promover el talento femenino, compartir buenas prácticas y conectar a futuras líderes con oportunidades estratégicas. Estas redes fortalecen al ecosistema institucional y empresarial. Cuando la diversidad de pensamiento se refleja en estructuras y decisiones, se genera mayor resiliencia organizacional, se reducen riesgos y se promueve una gestión más ética y transparente.
Para que el liderazgo femenino avance con solidez en México, se requiere un ecosistema favorable desde ambos frentes. Esto implica eliminar barreras, transformar culturas organizacionales y establecer colaboración constante entre los sectores público y privado. La representación debe entenderse no como un logro simbólico, sino como pilar del desarrollo. Políticas públicas con enfoque de género deben ir acompañadas de incentivos fiscales para empresas inclusivas, financiamiento para emprendedoras y programas de liderazgo desde etapas tempranas. Asimismo, los espacios de diálogo entre sectores ayudan a generar entornos más seguros e incluyentes La corresponsabilidad es clave: instituciones y empresas deben asumir un rol proactivo. Juntas pueden impulsar una nueva generación de liderazgo más inclusivos, visionarios y alineados con los retos globales actuales.
En conclusión, el liderazgo femenino en México es una realidad en expansión que requiere consolidación. Tener a una mujer en el poder Ejecutivo ha detonado la creación de nuevas normas para atender las necesidades de las mujeres. Estas han demostrado su capacidad en los más altos niveles de decisión, tanto en el servicio público como en el sector empresarial. Sin embargo, el verdadero cambio llegará cuando estos liderazgos dejen de ser la excepción y se conviertan en la norma. Construir un ecosistema de liderazgo compartido es el siguiente paso. Y en ese camino, la equidad de género debe asumirse como una estrategia nacional de desarrollo.
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